Durante mucho tiempo aún se hablará de "lo económico" en esta segunda guerra del Golfo de los tiempos modernos. ¿No es ésta, en el fondo, la más reciente, aunque no la última, batalla por el dominio de los recursos productivos?Dominio de la energía, dominio de las finanzas, dominio de los mercados: tres parámetros que, junto con el dominio tecnológico y el dominio militar, constituyen la base del poder económico, del poder a secas.
Desde este punto de vista, lo que está en juego es lo siguiente:
En primer lugar, el Norte de la postperestroika. Este Norte, con sus dos principales cabezas de puente Estados Unidos y la Unión Soviética, está decidido a concretar hoy, y para siempre, lo que podría denominarse "el dividendo de la perestroika": reducción de los gastos de armamento nuclear y convencional, reducción de los gastos de defensa y seguridad, apertura de nuevos mercados para los intercambios de bienes, servicios y tecnologías, etcétera. Para Estados Unidos y sus socios de la OCDE, esto significa la continuación de una expansión secular (ininterrumpida, de hecho, desde 1982-83). Para la URSS y sus socios del ex-COMECON, esto significa el retorno a un ciclo de crecimiento (que hoy se ha vuelto urgente). Para todo ello, este Norte de la postperestroika tiene necesidad imperiosa de un "nuevo orden mundial" que le garantice seguridad a cuatro niveles:
a) A nivel del acceso permanente (por no decir ilimitado) a los recursos productivos exteriores, donde quiera que estén. Sabiendo, por otro lado, que el Norte ya domina "lo tecnológico" y "lo militar", diremos que esta seguridad deberá abarcar tres tipos de recursos: la energía (y, más exactamente, el petróleo); el dinero y demás medios de pago; y los mercados exteriores. Tres recursos que deberán ser, pues, suficientemente abundantes como para satisfacer las necesidades de las economías del Norte. Pero también tres parámetros de crecimiento en los cuales el Norte sigue siendo dependiente (en diversos grados) de los otros, es decir, del Sur.
b) A nivel de los costos de acceso a los recursos productivos exteriores antes mencionados. Estos costos deben ser determinados y establecidos en función de los equilibrios económicos, financieros, monetarios y sociales internos de los países del Norte, sin ninguna interferencia de las otras partes (en este caso, de los países del Sur). En términos más concretos, esto quiere decir: precios del crudo no inflacionistas para las economías de los países industrializados del Norte (o sea, precios que hoy se evalúan en un máximo de 20-25 dólares el barril); precios del dinero extranjero invertido (depósitos bancarios, compras de títulos y valores, inversiones directas, etc.) compatibles con las políticas monetarias que aplican los países del Norte (baja de las tasas de interés y mantenimiento de una divisa débil; en Estados Unidos, por ejemplo); mercados exteriores en expansión y, sobre todo, de acceso libre, donde los excedentes de exportación de las economías del Norte (desde los bienes de armamento y defensa hasta los bienes domésticos, desde el servicio tecnológico más sofisticado hasta el servicio más simple) puedan tener salida al mínimo costo y con las máximas ganancias.
c) A nivel del irreversible avance de los países del Norte, y especialmente de los países de Europa Oriental, hacia la democracia del mercado, hacia la economía de mercado, cuyas virtudes absolutas no dejan de ser alabadas tanto en el Norte como en el Sur, en el Este como en el Oeste. Una disminución o una interrupción de ese avance, además de su impacto político y estratégico, tendría graves consecuencias económicas y financieras, en la medida en que los países occidentales (Estados Unidos, la Europa comunitaria y Japón) deberán apoyar la "liberalización" de los países de Europa Oriental con masivas ayudas públicas.
d) Por último, a nivel de los equilibrios geopolíticos, es decir, a nivel de las alianzas y de la distribución de zonas de influencia existentes antes de la era de la perestroika o remodeladas desde entonces por el Norte. En otras palabras, se trata de asegurar la nueva pax americana-soviética contra todo intento de desestabilización, o incluso de simple oposición, por parte de un país tercero. Cualquier cuestionamiento de esta pax, además de sus consecuencias políticas, estratégicas y hasta culturales, trae consigo un costo económico seguro en la medida en que amenaza ocasionar a los países del Norte gastos presupuestarios adicionales (defensa, armamento) y mayores transferencias financieras (ayudas occidentales incrementadas para los países aliados y amigos amenazados por la desestabilización, siendo el caso israelí el ejemplo más evidente).